Te perdono, mi biológico. No como la niña, sino como la adulta en la que me he convertido. Te perdono porque no me brindaste protección cuando más vulnerable era y más te necesitaba. Te perdono por estar ausente y por lo que me hiciste sufrir cuando no lo estabas. Te perdono por el ejemplo que me trasmitiste, que el amor debe ser incondicional y aguantarlo todo. Por sentirme perdida y buscarte en cada mirada masculina que se fijaba en mí. Te perdono, porque ahora que soy adulta tengo la suficiente solvencia psicológica para comprender el origen oculto de mi energía masculina. La chica aguerrida que aprieta la quijada y puede con el peso del mundo. Tu ausencia intermitente moldeó mi fuerza y la soledad que experimenté me enseñó a no aferrarme a cualquier compañía. La lección silenciosa fue mi autosuficiencia. Mi mayor fortaleza y mi mayor debilidad. Mi escudo se volvió mi prisión. Capaz de darlo todo, incapaz de recibir amor de nadie. El precio de ser “la fuerte” ha sido el ...