Hoy estoy desordenada por dentro. ¿Cómo sobrevellevar esta vía de escape pasatiempo cuando se escribe más de lo que se lee?. Escribir me ordena los pensamientos, las emociones verbalizadas pierden intensidad, cuando escribo pierdo la noción del tiempo y me crea una adicción enfermiza que me desgasta buscando ansiadamente la palabra perfecta.
Cada nueva idea que se crea viene inspirada irremediablemente por una de esas cicatrices abstractas del alma, esos tatuajes emocionales hechos sin tinta, sin ilusión. Un gusano me baja por la garganta, arcadas de realidad plasmadas en blanco.
Cicatrices, todos tenemos cicatrices, desde el más noble hasta el más villano. Las cicatrices son como los sustantivos, pueden ser tangibles o abtractas, comunes o propias. Las cicatrices forman parte del ciclo del aprendizaje, una herida abierta por un ataque, un engaño, desengaño, o un error que sufre un proceso de pupa hasta la fase final de la metamorfosis que acaba en una nueva lección aprendida.
Las cicatrices abstractas al igual que las cicatrices tangibles son sabias, predicen cuando se avecina un cambio. Las tangibles predicen los cambios de tiempo, las abstractas predicen los tiempos de cambio. Las cicatrices comunes son consecuencia de un acto imprevisible e inevitable, las cicatrices propias son consecuencia de una automutilación; todas ellas por muy brutales o insignificantes que sean guardan un umbral de valentía pues renegar de ellas es querer pasar de puntillas por el mundo.
Tus cicatrices te definen, son proyectiles perdidos que traspasan los sentidos, como en el 51 la cicatriz es un área donde se ansía vida inteligente. Las cicatrices son rencores que una vez fueron amores, el antídoto contra la macabra amnesia, el punto y final del dolor, el pespunte de un mal descosido; el arte de la comprensión de los tormentos.
Patricia Gara 02 diciembre 2017
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